a los ocho años quería ser bióloga.
a los 19 casi 20, me sentí frustrada leyendo una nota sobre iguanas en una revista de la national geographic en la casa de una amiga, que estudiaba publicidad conmigo.
nunca creí que fuese tan difícil ni tan volado como todos decían.
estaría empezando mi tercer año en este 2005. y estaría empezando mi primer pasantía este verano, en tierra del fuego.
para una niña que siempre vivió dentro de un termo (pero de esos termos plateados), puede llegar a complicarse acampar todo un mes en la nada. más si te avisan que lleves un buen equipo de lluvia y buenos borceguíes para caminar mucho. más si te levantan a las 5 de la mañana para muestrear aves.
cuando tenía diez me di cuenta que era demasiado curiosa. y me compré un microscopio con la plata que me habían regalado para mi cumpleaños. la cosa es que las tardes pasaban entre la barbie solymar y las cáscaras de cebolla vistas bien de cerca...
como dijo la señorita-estrella-de-neutrones ayer, tus all stars y tu pollera de leopardo y el muestreo de aves.
si, algo de eso debo ser...una mezcla un poco rara.
cuando entré a la facu me acuerdo que prometimos con el grupito del curso de ingreso no transformarnos en biólogas mal vestidas, como el 90% de las profesoras. ni hippies.
el tema es que hace unos días atrás adquirí un par de prendas de bambula.
por más que lo intente, no dejo de ser bióloga ni un momento. se ha vuelto mi forma de ser.
y no me molesta en absoluto.
no es que me transformé en una nerdie que recita el ciclo reproductivo del helecho en un bar a las tres de la mañana cuando se emborracha. no, yo no hago eso, señores.
pero es que me siento así, y pienso en función de esto que parece arrancarme de los pelos y llevarme a donde quiere, esta curiosidad innata, esta sensación de estar famélica por encontrar algo demasiado extraño como para que siga sin investigarse.
no puedo imaginarme de otra manera en toda mi vida. creo que se ha vuelto una parte de mi.